Canta el cantautor canario Pedro Guerra en su canción titulada «El Pescador» que el muelle está en silencio, un viento suave mece el mar, el pescador prepara el cebo y tensa el hilo de pescar.
“Quizá una canción de amor, quizá una historia de piratas, quizá el recuerdo de un dolor, quizá la ilusión de Dios”. Y así, fue una ilusión de Dios por mí su invitación a ser Misionero Paúl.
Mi nombre es Aarón, tengo 37 años, soy canario y pertenezco a la Provincia de Zaragoza. Si tuviera que definir mi vocación con una palabra sería “Gracias”. Recuerdo que cuando era pequeño vino un misionero a la parroquia de mi pueblo. Nos habló de su trabajo en África, de sus miedos y preocupaciones. También nos hizo ver que en aquellas tierras Dios necesita personas que se dejen la vida anunciando el Evangelio a los más desfavorecidos y pobres. Aquello me dejó un poco traspuesto. Aquella sonrisa que tenía ese buen hombre de Dios me interpeló.
Siempre crecí en un ambiente cristiano. Tenía mi profesión y una vida cómoda. Pero había algo dentro de mí que me faltaba: era realizar el proyecto que Dios tenía sobre mí. Comencé mis años de formación en la ciudad de Zaragoza, donde empecé a conocer el Carisma Vicenciano. La acogida de la comunidad fue como sentirme en casa. Los trabajos con las Hijas de la Caridad de la Provincia de Pamplona me ayudaron a conocer y a servir a los más pobres. La casa de Marillac de Castellón marcó mucho mi vocación. El contacto con los chicos que allí vivían, el poder compartir mi tiempo con ellos y el participar los sábados en la celebración de la Palabra fue enriqueciendo mi llamada.
Muchas son las personas, los acontecimientos, los lugares por donde he pasado, pues un misionero no tiene más horizonte que el mundo entero y darse a la gente sencilla. Y así fue como este verano pude disfrutar de mi experiencia de Honduras. Allí pude comprobar cómo un misionero se va haciendo a base de trabajar y compartir la alegría del Evangelio. En aquellas tierras, pude experimentar cómo la fe se puede vivir de otra forma: la gente camina horas y horas ya sea para celebrar la Eucaristía o prepararse para formarse mejor. Allí experimenté el gran celo que puede llegar a desarrollar un Misionero Paúl, viviendo la fe con sencillez, como quería nuestro fundador. Pude saborear el gozo y la alegría de compartir con aquella pobre gente del campo. Y así es como se ha ido desarrollando mi vocación en estos años de formación. Sólo puedo decir que es una vocación muy grande, y animo a muchos jóvenes que hoy se plantean su vida a que miren hacia a Dios a través de los pobres y de los que más sufren. Porque merece la pena dar la vida como Misionero Paúl.
Autor: Aarón Esaú Delgado.
Fuente: Revista «Oye su voz y ¡enrédate!», Semana vocacional de las Hijas de la Caridad y Misioneros Paúles de España.
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