Sir 35, 1-15; Sal 49, 5-8. 14 y 23; Mc 10, 28-31.

“Nosotros lo hemos dejado todo por seguirte”

¿Todo?, podría haber preguntado Jesús. Pero él es comprensivo.

El poeta indio Tagore nos dejó un hermoso poema que podríamos cantar a cualquier seguidor que ha dejado algo para seguir a Jesús. “Iba yo pidiendo de puerta en puerta por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de Reyes… y pensé que mis días malos habían acabado. Me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el suelo. Sentí que, al fin, la felicidad había llegado a mi vida. Pero, de pronto, tú me tendiste la mano, diciéndome: ¿Puedes darme alguna cosa? ¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi morral un grano de trigo y te lo di. Pero, ¡qué sorpresa la mía, cuando al vaciar por la tarde mi morral sobre el suelo, encontré un granito de oro entre la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré por no haber tenido corazón para dárteme todo!”.

Y no es ningún “amor comercial”. Es la física de la gracia. Quien vacía su corazón de sí y de sus apropiaciones, Dios lo llena. ¡Y Dios es el cielo!

El que haya dejado lo que ahora Jesús le pide “recibirá cien veces más en esta vida, con persecuciones, y en el mundo venidero recibirá la vida eterna”. Dios es la sobreabundancia del amor.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.