Con esta reflexión: 400 años del nacimiento del Carisma Vicentino. Tiempo para la memoria, la identidad y el profetismo, el padre José Antonio González, CM nos invita a recordar este acontecimiento con horizontes más amplios y buscando actualizar nuestro carisma:
Introducción
La historia se escribe todos los días en la casi inconciencia de nuestros afanes cotidianos y por ello ordinariamente no estamos atentos a sus conquistas o a sus mediocridades. De allí que necesitamos de momentos relevantes que nos ayuden a alzar la mirada, a tomar distancia de lo evidente, para que, en una actitud reflexiva y orante, descubramos la intensidad y la llamada que trae la historia construida en comunión con Dios y en el esfuerzo de nuestras praxis comunes.
La celebración de los 400 años del nacimiento del Carisma vicentino, inaugurada el 25 de enero del presente año, se abre como una buena excusa y a la vez como un acontecimiento lo suficientemente significativo para una pertinente reflexión, que en el caso del actual artículo solo tiene pretensiones de suscitar algunas inquietudes espirituales del mismo. He dividido los contenido del texto en tres partes que pretenden reflejar tres horizontes diferentes pero a la vez complementarios de la mirada histórica: el pasado (memoria), el presente (identidad) y el futuro (profetismo).
1. Memoria agradecida
La gratitud nace al descubrir la gratuidad del amor de Dios, que a su vez es la fuente de la lógica del don en la vida. Ante la bondad generosa de un Dios que se encarna en la historia y permite que la vida divina florezca en la existencia de los hombres, el ser humano agradece desde su interior y con su acción, el don de una gracia que lo constituye y que claramente lo desborda. Conocemos, al respecto de la gratuidad divina, las reiteradas afirmaciones de Vicente de Paúl, quien hablando de nuestros origenes, siempre reiteraba la acción generosa y sorprendente de la Providencia de Dios.
¿Qué agradecer a Dios en estos 400 años? ¡Todo! Agradecemos la vida de Vicente y su apertura al designio misericordioso de Dios en su existencia. Agradecemos la fuerza de un carisma creativo que se abrió camino comunicando consuelo a los pobres y esperanza a la Iglesia. Agradecemos la lucidez y la perseverancia, que como personas e Institución, hemos vivido ante las dificultades sufridas. Agradecemos el esfuerzo y la entrega generosa de tantos hombres y mujeres, que empapados del espíritu vicentino, han sabido ser testigos creíbles del amor que todo lo trasforma: mártires, difuntos, enfermos y mayores. Agradecemos los gozos interiores nacidos de la obra bien realizada y las lágrimas silenciosas ante la dureza del amor oblativo.
Agradecemos también las grandes obras de caridad como las pequeñas conquistas en el servicio. Agradecemos el celo y la expansión misionera, lo mismo que las intuiciones constantes que como familia hacemos por actualizar nuestra herencia. Agradecemos los reconocimientos recibidos sin ninguna pretensión, pero sobre todo los rostros de alegría y esperanza de los pobres y de todos los hombres y mujeres, que se han sentido reconocidos en el amor afectivo y efectivo. Agradecemos la llama de la caridad que aún sigue viva en nuestros corazones y los sueños e ilusiones que aún mueven nuestros pasos.
2. Acentuar la identidad
El pasado se mira con agradecimiento y el presente con realismo y a partir de convicciones. Ciertamente y con dolor se constata, que muchos seres humanos siguen sometidos a vivir en la pobreza, que los pobres aun existen y reclaman nuestro servicio. En el mundo el Carisma vicentino aún está vivo y vigente, sigue siendo motivo de entrega para muchos testigos que aún se ofrecen con generosidad para escuchar la urgencia de la caridad y comunicar el don de sí y a su vez, es signo de esperanza para muchos necesitados. Hoy somos más consientes que somos una gran familia y se ha acentuado con mayor claridad el trabajo en común que esto exige.
Pero hoy también es evidente que la crisis socio-cultural y religiosa que vive el mundo afecta de una forma considerable la vitalidad y renovación del Carisma vicentino. Hay dificultades vocaciones para la vida ministerial y consagrada, lo mismo que para el voluntariado y su perseverancia. Las generaciones son cada vez más mayores y a veces la vitalidad carismática se ha visto relegada por un continuismo conservador. En algunas partes la ilusión ha dado paso al pesimismo y el trabajo en común a proyectos individuales. No siempre los pobres son “nuestro peso” y “nuestro dolor” y una cierta “burocratización” de la caridad hace perder el calor del amor que se enternece en el servicio.
Pero tal vez uno de las mayores dificultades, sino la fundamental, para la vitalidad y vivencia del Carisma, es que producto de un celo inapropiado, se desdibuja el horizonte de sentido evangélico que debe acompañar, como su fuente, toda nuestra práctica concreta de caridad. Es Dios Padre en Cristo Jesús por medio del Espíritu que nos ha llamado a ser mensajeros de su misericordia con los pobres. Es esta convicción ontológica, este carácter contemplativo el que determina nuestro servicio y el que no deja que los activismos, la inmediatez o el carácter “ejecutivo” con que realizamos ciertas obras con los pobres, hagan estériles la fuerza del amor efectivo. Ciertamente esta problemática ha estado presente desde los orígenes, pero hoy en día, debido a las condiciones secularizadoras de nuestra sociedad, marca una dificultad importante a la hora de explicitar y hacer concreta en la vida, nuestra identidad espiritual y por lo tanto los alcances de nuestro servicio.
¿Qué debemos acentuar en nuestro presente a la luz de los 400 años? ¡Nuestra identidad! Nuestra identidad se remite a la fuente y contenido de aquello o de Aquél que nos apasiona. En la vida ordinaria cuando alguien se identifica con algo o con alguien, fácilmente expresa esos sentimientos con pasión, y convicción; por ejemplo por su equipo deportivo, sus estrellas musicales o artísticas, etc. ¿Y nosotros herederos del Carisma vicentino sentimos pasión por Cristo como aquél que le da el sentido a nuestra vida y a nuestra entrega?
Es evidente que no hay experiencia de Dios si no hay intimidad con Jesucristo. Una verdadera experiencia de Dios comporta un seguimiento apasionado por el Maestro, sintiéndose profundamente seducidos por Él, seducidos por su plan, por la utopía del Reino de tal manera que vale la pena vivir y morir por él. La pasión por Cristo ha de ser aquello que nos haga vibrar de gozo y arrojo, que jalone nuestra existencia a vivir en plenitud las luchas cotidianas y a asumir retos cada vez mayores en el servicio generoso a los pobres. Dar por supuesta esta convicción o marginarla dentro de nuestra acción es abocar nuestra espiritualidad al vacío abstracto y a nuestra acción al sinsentido estéril.
3. Futuro profético
Agradecer, confrontar y acentuar, para reconfigurar y provocar. El futuro no siempre es claro porque no tenemos dominio sobre él. Pero aun así podemos mirar el futuro de dos maneras: con miedo por todo lo que insospechadamente puede traer y aferrarnos a lo de siempre para sentir seguridad o mirarlo con esperanza, confiados en todo lo que en Dios podemos intuir y realizar. Creo que la actitud vicentina más conforme al Carisma va por el segundo camino.
Entonces ¿cómo abrirnos confiadamente al futuro que despierta los 400 años? ¡Sin miedo! Sin miedo a reconocer que posiblemente es obsoleta nuestra praxis pastoral y que se necesita una reconfiguración interior y exterior, sincera y profética. Sin miedo a hacer el duelo de un mundo que ya no existe y afrontar con esperanza la realidad que se me presenta en la actualidad. Sin miedo a reconocer nuestra ignorancia y dejarnos iluminar por otros que como nosotros tratan de luchar por un mundo más justo y fraterno. Sin miedo a creer en el poder de trabajar juntos y en la vitalidad que genera el confrontar nuestras seguridades. Sin miedo a sentir la vulnerabilidad del ser incomprendido, ni la soledad del huerto.
Sin miedo también a abrirnos a las nuevas pobrezas y las nuevas hermenéuticas de comprensión de la persona humana y de Dios. Sin miedo a mostrar nuestra alegría y nuestras convicciones, sin necesidad de que alguien nos las haya pedido. Sin miedo a ser gratuitos con nuestro tiempo y capacidades, con nuestros bienes y nuestros sentimientos. Sin miedo a confrontar nuestras propias mediocridades trabajando por superarlas, porque sabemos que si estamos abiertos a la voluntad de Dios, es Él quien siempre guiará nuestros pasos.
Conclusión
Es claro entonces que al celebrar los 400 años del Carisma vicentino no sólo nos estamos refiriendo a un dato positivo e importante, sino que para todos aquellos que gozamos del privilegio de tenerlo como horizonte de nuestra vida y acción, es una responsabilidad histórica el reflexionar sobre su ser y su actualidad. De allí que se impone el agradecer a quien es la fuente de nuestra vida carismática, el permanecer en la identidad del Maestro que nos ha llamado y el abrirnos con esperanza y sin miedo al futuro como don de Dios.
Fuente: http://cmglobal.org/
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