Sir 15, 15-20; Sal 118, 1-5. 17-34; 1 Cor 2, 6-10; Mt 5, 17-37.
“Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos no entrarán en el Reino de los cielos”
Una vez más, podemos asombrarnos. Un campesino judío, de una aldea insignificante –llamada Nazaret– corrige la Ley sagrada. No es un libertino, ni un populista o un demagogo. Carece de títulos oficiales. Es Jesús, el hijo de María. Y no intenta abolir la Ley, sino darle cumplimiento. Pues no se contenta con las prácticas exteriores, quiere que vivamos con plenitud desde nuestro interior. Ahí donde el mundo de los deseos y las motivaciones tienen su asiento y donde se juega el sentido de nuestra libertad y de nuestra existencia.
No basta con no ser un homicida o un criminal. Los árboles tampoco lo son. No es suficiente con no ser un adúltero, las cebollas tampoco lo son. La cólera, el menosprecio, el rencor, la lascivia, los perjurios y su larga letanía de acompañantes nacen en el interior. Puedes tener las apariencias correctas, como los escribas y fariseos, pero si tu justicia no anida en tu corazón, ¿de qué nos servirán las apariencias? La opinión de los demás no nos hace buenos y no nos da la salvación.
Sólo quien nos ama hasta el extremo como Jesús, puede pedirnos tanto. Porque él no busca que lo aplaudamos por consentirnos, busca nuestro bien, busca el mejor tú que tú puedes ser. Y ese tú no se hace con la trampa de las apariencias. ¿O sí?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
No es posible negar que las estructuras socioeconómicas, la cultura dominante, el régimen político vigente, la educación recibida, la realidad familiar condicionan la formación de la personalidad, la visión sobre el mundo y sobre sí misma y los demás de cada persona. Más también, es cierto que las realidades externas, las relaciones humanas y la calidad de las instituciones son la manifestación y el resultado de las personas que conforman y construyen las comunidades de los hombres. Por eso es tan importante la edificación del hombre interior y también su conversión. Educar en los buenos sentimientos facilita la adherencia a valores positivos y a generar pensamientos constructivos, que después se expresan en las acciones y vínculos que los seres humanos establecemos entre nosotros. Jesús nos invita a formarnos y formar en otros el hombre íntegro, auténtico, gobernado por una conciencia recta y amorosa. Esto está en sintonía con la insistencia del Papa Francisco de fomentar la cultura del encuentro y la ética del cuidado.