Gén 1, 20—2,4; Sal 8, 4-9; Mc 7, 1-13.
“¡Qué bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas!”
Pues, ¿qué dijo Isaías?: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Así se lo recordó Jesús a fariseos y letrados, escandalizados porque los discípulos habían omitido algún lavatorio ritual. No viven el amor de Dios y se atan a tradiciones inventadas. Cuelan el mosquito y se tragan el camello. Es para ti más importante tu “manda” que el mandamiento nuevo o das más importancia al agua bendita que a tu bautismo o a recibir la Ceniza más que a recibir la comunión. Y Jesús nos dice: “Ustedes anulan el mandamiento de Dios para imponer sus tradiciones”.
Y así sigue la rueda. Por viejas costumbres, podemos dispensarnos de la igualdad radical que Dios nos concedió a hombres y mujeres. Otros dan más importancia a supersticiones o “cadenas” que a su gozosa obligación de conocer su fe y de ser evangelizadores. He aquí la fe divorciada de la vida real, donde podemos ser muy “santiguados” y menos cristianos que un garbanzo. De apariencia dulces como un chongo zamorano y por dentro sin amor y amargos como un dolor de muelas. Es el mundo estéril de las apariencias.
Gracias, Señor, por avisarme y por denunciar mis excusas. No quiero refugiarme en apariencia por miedo al amor auténtico y a sus exigencias.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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