Gén 1, 1-19; Sal 103, 1-6.10-12; Mc 6, 53-56.
“Le pedían tocar al menos el fleco de su manto”.
Los refinados puritanos se sienten a disgusto con estos textos evangélicos donde se habla de tocar a Jesús. Quisieran que fuéramos espíritus sin cuerpo. Y lógicamente también tienen problema con las imágenes religiosas que nos recuerdan el cuerpo y la figura de Jesús, de la Virgen María o de los santos. Pero los pobres del evangelio no tienen esos problemas. La hemorroisa o Tomás o la pecadora (Lc 7) y tantos enfermos que buscaban su curación no tenían estos problemas. Querían tocar a Jesús o al menos el fleco o la orla de su manto. “Y todos los que lo tocaban quedaban curados”.
El cuerpo de Jesús es sacramento de Dios. Ver y tocar ese sacramento –también en sus sacramentos y en los pobres– nos fortalece, nos sana y nos mete en su encarnado seguimiento. Y él nos dijo: lo que hagan a los pobres a mí me lo hacen. Ellos son la carne herida de Cristo donde tú puedes tocarlo y servirlo y darle el amor que necesitan. Al mismo tiempo, ¿no puedes ser tú para otros como la sanadora orla de Jesús?
Cuánto gratitud siento hacia aquellas sencillas personas que han sido para mí vida como la orla del manto de Jesús. ¡Desde aquí, a ti, Señor, y a ellas, mi gozoso agradecimiento!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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