Mal 3, 1-4; Sal 23, 7-10; Lc 2, 22-40.
Le peregrina Egeria escribía que, en Jerusalén, en el siglo IV, “se celebraba con el mayor gozo, como si fuera la Pascua misma”. ¡Ojalá que nosotros lo hagamos con el mismo gozo! Como lo dice un himno litúrgico: “Oh Sión, da la bienvenida a Cristo, el Rey; abraza a María, porque ella es la verdadera puerta del cielo y trae al glorioso Rey de la luz nueva”.
Y caminamos en procesión con las velas encendidas como peregrinos hacia la patria definitiva, al encuentro de nuestro Salvador. El anciano Simeón lo acogió en sus brazos y lo cantó como luz de todos los pueblos; y Ana, profetisa, comenzó a hablar de él “a todos los que esperaban la liberación…”.
Es mejor encender una vela que maldecir las tinieblas, dice el refrán. Así quiero hacerlo. Encender en Jesucristo la pequeña vela de mi vida y llevar su luz a los que desean la liberación. Y, como Ana, quiero también hablar de él con hechos y palabras, pues todos necesitamos de él.
Gracias, Señor, porque eres la Luz y contigo –en los días buenos y en los malos– nuestra vida se llena de sol.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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