“Sus parientes decían que se había vuelto loco”
Heb 9, 2-3.11-14; Sal 46; Mc 3, 20-21.
La fama de Jesús era tal, que de todas las regiones venía gente a buscarlo para remediar su necesidades. Tanto era así, que ya ni siquiera le daban tiempo para descansar y comer. Todos querían escucharlo y tocarlo para curarse.
Esto preocupaba a las autoridades religiosas y políticas. Pero más que las curaciones, eran las expulsiones de los demonios que los inquietaban. Por eso lo vigilaban muy de cerca acusándolo de estar poseído por el demonio.
Su familia también veía con preocupación su comportamiento. Querían cargar con él porque creían que había enloquecido a causa del descuido de su persona. Jesús está loco, pero de amor por la humanidad. “La locura de Dios es más sabia que los hombres” (1 Cor 1, 25).
Escuchemos la conversación de Jesús con un testigo suyo también movido por la pasión del amor. “Estás loco Francisco”, le habría dicho un día Jesús en una conversación célebre. “No tanto como tú, Señor”, le habría respondido san Francisco.
La medida del amor es el amor mismo, nos dice san Agustín. Jesús es la expresión del amor sin medida del Padre.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
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