Is 49, 3.5-6; Sal 39; 1 Cor 1.1-3; Jn 1, 29-34.
“Este es el Cordero de Dios”
Desde pequeños aprendemos a identificar a Juan Bautista por su cercanía con Jesús, el Hijo de Dios. Toca a él preparar el camino del que viene detrás de él. Como precursor del Salvador va invitando con insistencia a los hombres a la penitencia y les va mostrando al “Cordero de Dios”. Es Jesús quien libera y limpia del pecado. No hay otro, nos dice el Bautista.
Cuenta A. Hillaire, que, estando reciente la revolución francesa, Reveilére Lépaux, uno de los jefes de la república, que había asistido al saqueo de Iglesias y a la matanza de sacerdotes, se dijo así mismo: “Ha llegado la hora de remplazar a Cristo, Voy a fundar una religión enteramente nueva y de acuerdo con el progreso” Pero no funcionó. Al cabo de unos meses, el “inventor” acudió desconsolado a Bonaparte, ya primer cónsul, y le dijo:
¿Lo cree, señor? Mi religión es preciosa, pero no arraiga entre el pueblo. Respondió Bonaparte: Ciudadano colega, ¿tienes seriamente la intención de hacer la competencia a Jesucristo? No hay más que un remedio; haz lo que Él: Hazte crucificar un viernes, y trata de resucitar el domingo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
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