1 Jn 2, 29-3, 6; Sal 97; Jn 1, 29-34.
“Este es el Cordero de Dios”
No es casualidad que el evangelio diga que es Jesús quien va al encuentro del Bautista y no al revés. Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Él es quien viene a nosotros para curarnos cargando sobre sí nuestros pecados.
“Dios es tan bondadoso que cada día se pasa tres horas sentado en su tribunal, para juzgar y tratar de salvar alosqueseconsideran ‘buenos’. Encambio, cuando los pecadores son muy numerosos, pero se consideran ‘pecadores’, entonces Dios se levanta, deja el tribunal, y se pasa las 24 horas del día perdonando feliz a todos los pecadores arrepentidos”.
El Bautista no sólo muestra a los hombres el Cordero de Dios, sino que se hace a un lado, dejando el espacio al que sí puede limpiarnos del mal con la fuerza del Espíritu Santo. El bautismo que recibimos es el mismo de Cristo que nos comunica la vida divina; y por tanto, nos hace hijos de Dios. Ser hijo de Dios no es una fantasía. Es una realidad fruto del Espíritu Santo que nos da el bautismo.
Ser hijo de Dios no es sólo participar de Dios, sino poseer una vida nueva. En Cristo volvemos al Padre y porque somos sus hijos compartimos todo lo que Dios es. Pidamos, pues, al Padre que no nos deje caer en tentación.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
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