Entre los muchos mensajes que se comparten en estas festividades navideñas, llenos de buenos deseos y esperanza, hay uno con una imagen que cautivó mi corazón: un pesebre ambientado en un entorno de escombros y destrucción. El nacimiento se puede visitar en la basílica menor de Santa María Sopra Minerva de Roma.
La alegoría es clara: ya hemos visto similares escombros en muchas ciudades bombardeadas por las guerras actuales. Por mucho que queramos mirar hacia otro lado, el mundo en que vivimos atraviesa tiempos turbulentos, y un silencioso clamor se eleva al cielo en la realidad de muchos inocentes que sufren la violencia de las guerras e injusticias. Nos hemos acostumbrado a verlo en la televisión, son hechos que han pasado a formar parte del día a día y que, con vergüenza, vemos suceder ante la indiferencia y el poco compromiso de las autoridades. El flujo de refugiados hacia Europa y otros lugares «desarrollados», cuestiona nuestros valores más arraigados, y las palabras de ciertos políticos, queriendo cerrar fronteras al dolor, nos sonrojan y llenan de vergüenza por formar parte del grupo de privilegiados que vive más o menos bien; y, aún así, como sociedades y naciones, y también como personas individuales, cerramos la mano ante el dolor del inocente, con las excusas más peregrinas.
Jesús no nació en una situación sencilla. El relato evangélico nos habla de una familia que tiene que trasladarse de Galilea a Belén, que no encuentra acogida y que, a la hora del parto, tiene que hacerlo en un humilde establo, rodeado de animales. Quizás incidimos demasiado en la imagen piadosa de un Jesús rodeado de ángeles, pastores y animales. Pero no olvidemos que Dios se hizo hombre en los márgenes de la sociedad, rechazado, sin que quisieran acogerles los que podrían haberlo hecho.
Una de las preguntas que me provocó esta fotografía del nacimiento hecho con escombros es: «¿Qué haría Vicente de Paúl en nuestra situación?». Sabemos cómo el señor Vicente actuó ante situaciones de guerra. Podemos leer en cualquier biografía del santo el relato sobre los desastres de la guerra y cómo se movilizaron Vicente y sus seguidores, por ejemplo, durante la guerra de los treinta años. El P. José María Román nos cuenta, en el capítulo XXXI de libro «San Vicente de Paúl, biografía», cómo
las guerras ocasionaron un éxodo de miles de personas de todas las edades y de todas las clases sociales. El país [Lorena] quedó semidespoblado. El principal foco de atracción adonde se encaminaba aquella gente vejada y desvalida era París. También sobre estos pobres exiliados vertió Vicente los tesoros de su ternura, empezando por los más indefensos: las jóvenes y los niños.
Cuando los medios económicos escasearon,
Vicente llamó a su administrador y le preguntó cuánto dinero tenía en la caja.
—Lo justo para dar de comer mañana a la comunidad [a los sacerdotes y hermanos de la Misión] —respondió el ecónomo.
—Y ¿cuánto es eso?
—Cincuenta escudos.
—Pues tráigamelos, por favor.
El ecónomo, un poco disgustado, obedeció, y Vicente completó con el dinero de su comunidad la suma necesaria para asistir a los loreneses.
La pregunta que surge rápidamente, ante nuestra situación actual, es: «¿qué podemos hacer los seguidores de san Vicente?» Su ejemplo es, sin duda, radical: él dio para cubrir las necesidades de los refugiados el dinero que la comunidad vicenciana necesitaba para comer al día siguiente. ¿Somos nosotros igual de radicales?
Celebramos estos días, pues, el recuerdo de un Dios que se hace niño, y que lo hace pobre, desplazado y marginado. Este recuerdo nos lleva a pensar en tantos miles, millones de personas que hoy en día siguen viviendo al margen, pobres, desplazados, refugiados… Quizás, si hoy naciese el niño Jesús, le veríamos nacer en un campo de refugiados. ¿Acompañaremos a ese Jesús que sigue —de alguna manera— naciendo y viviendo en los campos de batalla, en las periferias existenciales, en los miles rostros de angustia y dolor, hoy en día? ¿Tendremos el coraje de actuar como actuó Vicente, aún a costa de nuestra propia seguridad y comfort, en favor de nuestros hermanos pobres?
Creo que, sin duda, eso sería testimonio de que vivimos la Navidad en su sentido más pleno y profundo.
Javier F. Chento
@javierchento
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