Tremenda y fascinante bendición

por | Dic 29, 2016 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Solo Jesús es nuestro Salvador, y salva de manera tremenda y fascinante.  Nos bendecirá cuando nosotros, sacerdotes todos por el bautismo, invoquemos su nombre unos sobre otros.

No hay otro nombre por el que nos pueda llegar la salvación más que el nombre de Jesús.  Y como Jesús es nuestro todo, (SV.ES V:511), nos basta con recibir su bendición tremenda y fascinante.

Esa bendición, en primer lugar, nos garantiza la protección de Dios.  Nos asegura además la luz de su rostro resplandeciente, su favor, su mirada misericordiosa y su paz.

Y la paz es más que la ausencia de guerra.  Indica además el cumplimiento de nuestros más nobles deseos, abarcando la madurez humana según la plenitud cristiana.  Y gozando de esa paz, los hombres que ama el Señor glorifican realmente a Dios.

En segundo lugar, la bendición de Jesús supone el amor divino.  Y los amables a los ojos de Dios son los humildes que tiemblan ante su palabra.  Deleita el temor del Señor a sus predilectos; se maravillan de su revelación tremenda y fascinante.

Maravillarse (Wunder en alemán) entraña herida (wunde en el mismo susodicho idioma), como sugirió Robert P. Maloney, C.M., hace tiempo.  Cuantos están maravillados dejan que algo extraño hiera la membrana del corazón y la conciencia.

Sí, nos sorprende Dios de manera tremenda y fascinante.

Es increíble que el niño, indefenso, en pañales como niño cualquiera sea el Salvador.   El Mesías y Señor está acostado además en un pesebre, no en una cuna para niños reales.  Éstos están en los palacios de la capital; aquél está en un sitio sin nombre de la ciudad de David.

Es que Dios, como con respecto a la elección del pastor David, ve el corazón.  Escoge las gentes necias, insignificantes y débiles.  Mediante ellas, para sorpresa de muchos, manifiesta su sabiduría, su grandeza y su fuerza.

Invita, pues, a María, la cual contesta con una fe humilde y sumisa.  Luego se hace proclamadora de la grandeza del Señor y portadora de alegría.  Se convierte además en Madre de Dios.  Después de Jesús, ella es nuestro modelo perfecto, como repetidamente dice san Vicente de Paúl (véase «María» SV.ES XII:342).  Escuchando la palabra de Dios, meditándola y guardándola, María cuenta realmente entre los familiares íntimos de Jesús.  Es bendita tanto por ser Madre de Jesús como por su dedicación a la Palabra.

Llama Dios asimismo a pastores que huelen a ovejas y a otras tantas cosas podridas e impuras.  Su respuesta de fe agradecida no cuestiona ni pierde tiempo.  Van corriendo y luego se hacen predicadores de manera tan tremenda y fascinante que se maravillan todos sus oídores.

Tremenda y fascinante realmente es la bendición de Jesús para los pobres que claman:  «¡Abba!».  Y ella se consuma de manera más tremenda y fascinante con la perdición del que entrega su cuerpo y derrama su sangre.

Te damos gracias, Padre, por tu revelación tremenda y fascinante a la gente sencilla.

1 Enero 2017
María Madre de Dios
Num 6, 22-27; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21

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