Natividad de Nuestro Señor Jesucristo
“Lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada”
Is 52, 7-10; Sal 97, 1-6; Hbr 1, 1-6; Jn 1, 1-18.
María, José, la cueva, el pesebre, los pastores y, ahí, en medio de esa simpleza, el Niño desvalido. Y ése, ¿es Dios de Dios, hombre verdadero, el que padeció bajo Poncio Pilato y resucitó al tercer día? ¿Así comenzó esta extraña y única revolución? ¿Son estas las líneas de la página central de la historia? Ni una verdad abstracta, ni una letra ampulosa; sólo un niño, que –como todos– pide ser acogido y que alguien lo acune y le cante una nana. Es el estilo y la firma de Dios.
¿Quieres ver a Dios, quieres saber quién es y cómo es para nosotros? Mira hacia abajo, mira a este niño.
En él está ovillado; él es su espejo, el libro que lo explica y la encarnación de su misericordia. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Unos lo reciben y otros lo rechazan, y él se ofrece a todos. Si lo recibes, ¡Feliz Navidad! Y, para todos, ¡Feliz Navidad!
Cuando en una familia nace un niño, si pudieran, invitarían a los importantes a su bautizo: gobernadores, obispos, famosos. A Dios le nació su Hijo e invitó a los más pobres, a unos pastores.
¡Todo lo trastornó para nuestro bien! ¿Y nosotros, le dejaremos que nos cambie?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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