“Para iluminar a los que viven en tinieblas…”
Misa vespertina: Is 62, 1-5; Sal 88, 4-29; Tit, 3, 4-7; Lc 2, 1-14.
Así es de entrañable y misericordioso “el Sol que vine de lo alto”, y que canta Zacarías en este evangelio. Es el mismo que se ha gestado en María.
No se revistió de hombre; fue hombre, gente humana como nosotros, y comenzó –como todos– naciendo tan niño como cualquier niño. Es de la tierra y es de “lo alto”. Es carne suya, es la tienda de Dios. Como el agua traspasada por la luz es agua, como cualquier otra, pero es tienda de la luz, sin “mezcla ni confusión” con la luz, así Esta pequeña carne que agradece una caricia o teme el beso del frío, es el centro de la historia, el nudo que ata a Dios con el hombre “para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.
¿Qué puedo hacer si no es arrodillarme ante el pesebre, iluminado por este solecito Niño, y cantarle con los ángeles? Frágil, pobre, necesitado de cuidados, Dios quiso ponerse a la altura de los más pobres. ¿Qué puedo hacer si no subirme con Él hasta ahí abajo?
Y no olvidarme de los niños asesinados por el aborto, de los niños dejados en las calles, ni de los niños con debilidades especiales. Ellos están en Él.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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