“Su misericordia llega a sus fieles generación tras generación”

1 Sam 1,24-28; Sal: 1 Sam 2, 1-8; Lc 1, 46-56.

Virgen María, el que ama, canta; el que ama inventa poemas, salta de gratitud y de gozo. Y tú amas. El evangelio de hoy no ha hecho más que recoger unas pocas flores de este estado de alegre gratitud en que te encontrabas. David bailaba delante del Arca; cantaba, componía salmos. Y era pastor de origen. ¿Y tú? Te imagino llena de música y de cantos por el huerto de Isabel.

Desde la Anunciación desayunabas amor, comías rebanadas de alma, orabas, servías, y ahora rompes a entonar tu Magníficat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”. ¿Por qué? Porque Dios se ha volcado con su humilde sierva, por eso “me felicitarán todas las generaciones”. ¿Por qué no lo hacen también los hermanos de las Sectas, no son acaso miembros de esas generaciones que mencionas? Ayúdalos a comprender que no se puede ocultar la mejor obra del mejor artista, y que tú eres las humilde y transparente vidriera que siempre nos llevas a tu hijo Jesús. “Hagan lo que él les diga”, nos encomendaste desde los días de Caná de Galilea.

Y no te olvidas, en tu canto, de los pobres: “Enaltece a los humildes…a los hambrientos los colma de bienes”. Pones el mundo al revés, no en vano llevas en ti al Señor que nunca pisará a los pobres, les lavará los pies.

¡Gracias, Virgen María!

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.