“Unos días después, María se puso en camino y fue a toda prisa… entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”
Cantar 2, 8-14; Sal 32, 2-21; Lc 1, 39-45.
A prisa va, a prisa camina, el amor la urge, el servicio la espera. (¿Por qué, Señor, soy tan lento?) Acaba de suceder la Anunciación y comienza la Visitación. Acaba de suceder el Sí a Dios y comienza el Sí a los pobres en la persona necesitada de ayuda, en su prima Isabel. La verdad del Sí de la anunciación se verifica en la visitación; la forma histórica del amor a Dios se hace fraternidad. Esa es su señal de autenticidad. Dios nos quiere para compartir su amor y su misericordia con los demás. También con tus cercanos, que no viven en las montañas de Judea.
Y María se quedó con la anciana Isabel unos tres meses. Para venir a servirla tuvo que cruzar el país de norte a sur, por caminos malos y peligrosos. Los que imaginan a María como una princesa de cristal, se olvida de esta campesina recia y fuerte, la que un día aguantará sin desmayarse al lado de la cruz de su hijo Jesús. El que ama, vence el miedo. No mira su comodidad, sino cómo remediar las necesidades del otro.
Amiga, amigo, llenemos la Navidad de consentimiento al Señor y de servicio a quien nos necesite. Como María, como el Jesús que viene en ésta que es el Arca de la Nueva Alianza.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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