“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”
Is 7, 10-14; Sal 23, 1-6; Lc 1, 26-38.
Isaías lo anuncia: “Dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel”. Mateo, (1, 23), tan inspirado como Isaías, lo concreta: “La virgen dará a luz un hijo…”.
Releo el texto del evangelio de hoy. Compruebo su simplicidad. ¿Se nos narra aquí el principio grande y misterioso de la Encarnación? Ningún adorno. Un ángel y una pobre doncella. Imagino la rústica habitación de la casucha de Nazaret. No estamos en la escenografía del Templo. Estamos en la vida diaria. No temas, María. Así es el estilo de Dios. El nace y florece en la humilde pobreza. Y, en eso, eres rica.
De todas formas, los dichos del ángel te suenan poco usuales. Por eso tu primera palabra parece crítica y discernidora. “¿Cómo será eso, si yo no conozco varón?”. Y, cuando el ángel, más allá de toda explicación termina diciéndote que “para Dios todo es posible”, entonces tu segunda palabra es de total entrega: “Soy la esclava del Señor, hágase en mi según has dicho”. Primero, Sí al Señor; segundo, Sí a sus planes y proyectos.
María se dio entera, dio su pleno consentimiento. No dejó fuera su sensibilidad, su razonamiento, su juventud. Primero concibió en su fe; después en su seno. Toda ella se hizo como gestación de Dios.
Señor, cuando miro a María, me lleno de gozo y de acción de gracias. Al verla, te pido que también a mí me des la gracia del consentimiento sin reservas.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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