“Te doy gracias, Señor del cielo y de la tierra …”
Is 4, 2-6; Sal 71, 12-17: Lc 10, 21-24.
“Es más fácil para Dios atravesar en su deseo de rescate el cemento de las celdas de las cárceles que penetrar a través del mortal postnihilismo europeo”, escribía hace algunos años la rusa Tatiana Góricheva. Es más fácil para el pecador humilde descubrir los secretos del Reino, que para un blindado máster en prejuicios abrirse y descubrirse necesitado de Dios.
Jesús da las gracias al Padre porque ha revelado estas cosas del Reino a los sencillos, a los “nepiois” o que no tienen voz ni voto, y se las ha ocultado a los entendidos que todo lo creen saber. Ante la revelación de Dios y de su amor, todos somos pupilos que no han iniciado ni primaria. Sólo quien lo reconoce está preparado para escuchar. Y luego, en la medida en que lo va viviendo, se le concederá entenderlo.
Hace falta sí, conocer la fe, ver sus bases, estar preparados para dar razón de ella, pero sin la previa humildad, esa preparación con frecuencia se tergiversa o se vuelve un tonto pedestal. Cuando no se vuelve gratitud servicial, se vuelve fatuidad.
Danos, Señor, abrirnos al Padre que tú nos revelas, y líbranos de toda vana presunción.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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