“No soy digno de que entres en mi casa”
Is 4, 2-6; Sal 121, 1-9; Mt 8, 5-11.
Se llamaba Catalina Labouré. Hoy celebramos su fiesta. El centurión de Cafarnaún no se sentía digno de que Jesús entrara en su casa. Tampoco Catalina de que la Virgen María fuera a visitarla. Pero ¡qué contenta de poder conversar con ella y de recibir su mensaje! Y luego ser fiel y vivir confiada en medio de su siglo lleno de revoluciones y asaltos.
No salió en los medios, no la visitaron los importantes, no fue conocida como la vidente de las Apariciones. Vivió en el silencioso cuidado de los ancianos. Limpió los orinales de los viejitos, remendó y planchó la ropa para vestirlos de limpio, cuidó los animales de la granja, pasó incomprensiones y aprovechó toda oportunidad para dar testimonio de Aquél a quien amaba. Perseveró en ese amor, y consiguió la vida. Del Centurión del evangelio dice Jesús: “No encontré en Israel una fe tan grande!” Y una fe parecida fue la de santa Catalina Labouré.
No fue santa por el regalo de las apariciones de la Virgen, a la que tanto amaba. Lo fue por su fidelidad en servir a Jesucristo en los pobres a los que dedicó su vida, tal como se lo enseñaron San Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac.
Santa Catalina –sencilla, alegre y servicial– ruega al Señor por nosotras para que lo sirvamos como tú.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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