2 Sm 5, 1-3; Sal 121, 1-5; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43.
Había encima un letrero en griego, latín y hebreo: «Éste es el rey de los judíos».
De los judíos, y rey del universo. Pero, ¡qué rey tan extraño! Su corte la conforma un grupo de pobres pescadores; su ceremonial, lavar los pies a los de abajo –no pisarlos–; su poder, el amor; la ley de su Reino: “ámense como yo los he amado”; su trono, una cruz; su corona, de espinas; su lema real: “no he venido a ser servido, sino a servir”. Comenzó en un pesebre y sólo conoció un palacio, aquel al que lo llevaron para condenarlo.
Y todos se burlaban de él: las autoridades, los soldados y también uno de los crucificados a su lado. Tú, ¿un rey?, “sálvate a ti mismo” y comenzaremos a considerarlo.
¿Hay algo más crítico y desestabilizador y subversivo de toda injusticia y vanidad del mundo o nuestra que este Jesús en cruz?
Y, luego, para mayor desafío, ese otro pobre crucificado junto a él… “ese candor que hizo / que pidiera y ganara el paraíso” (Borges). “¡Hoy estarás conmigo…!” Y somos seguidores de este crucificado que es Rey. Y, si alguien como él ha vivido nuestra vida, nuestra vida merece ser vivida como él la vivió.
¡Danos, Señor, en esta vida y cuando la muerte ya nos llame, el “conmigo” que este ladrón supo robarte!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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