“El Reino de Dios está entre ustedes”
Flm 7-20; Sal 145, 7-10; Lc 17, 20-25.
No es miembro de la ONU, no aparece en los mapas, carece de aduanas, no tiene guardia fronteriza ni alambradas, carece de las selectas represalia de hacienda, no impide la entrada a los emigrantes, no lo rigen los corruptos. Es el Reino de Dios.
Nada más real que él; a su lado, lo demás son figuraciones provisionales. Está entre ustedes y dentro de ustedes. No lo busques en las nubes. No lo hallarás en el Reiki o en un curso de milagros. Ni en las ideologías recicladas como novísimas.
Este Reino tiene rostro, y ese rostro se llama Jesucristo. Su puerta es estrecha, hermosa y de par en par: es la llaga de su costado abierto. Por ella: “No caben los camellos / ni los mandriles, / ni los altivos cuellos / de los fusiles”. Pero caben los humildes, que por serlo son buscadores, pues no se contentan con los “reinos” que el mundo ofrece. Ya el diablo le ofrecía a Jesús: todos estos reinos, “si postrándote, me adoras” (Lc 6, 7). El Reino consiste en que Dios reine en nuestra vida.
Algunos tienen la gracia de encontrarlo de niños. Otros de jóvenes. Otros más de mayores. Si les preguntas, te dirán los recovecos y caídas y levantadas por las que entraron. Pero, hoy, ninguno de ellos o de ellas lo cambian por nada. Descubrieron la verdad que es bella, la belleza que es verdad y el bien que es verdadero y bueno. Y, desde la alegría del tesoro hallado, sólo saben dar gracias y servir a otros para que también ellos lo encuentren y sean hallados.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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