“Hemos hecho lo que teníamos que hacer”
Tit 2, 1-8. 11-14; Sal 36, 3-29; Lc 17, 7-10.
Ya sabe usted el caso de las dos ranas caídas en un cubo de leche mantequillosa.
–Esto es demasiado blando para saltar, demasiado resbaladizo para arrastrarse hacia la orilla, estamos perdidas –dijo la primera– y tras unos leves esfuerzos se dejó ahogar.
–Mejor es que no nos demos por perdidas, dijo la segunda, y siguió y siguió extenuada, pero moviéndose hasta el amanecer. Para entonces notó que estaba ya sobre un montón de manteca, que ella misma había batido con sus movimientos. Y allí, contenta, se dedicó a comerse las muchas moscas que acudían a saborear la mantequilla.
Debemos siempre rezar como si la acción fuese todo, y actuar como si la oración fuese insuficiente. Reza como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti. ¿Tenemos que pasar el recibo porque hemos hecho lo que teníamos que hacer? Algo así nos pregunta Jesús en este evangelio. El teatro de los méritos es engañoso. “He trabajado tanto y tanto por mi familia, por mi comunidad, ¿y quién me lo agradece?”. Y tú, ¿a quién le agradeces el haberlo podido hacer? ¿Quién te prestó la fuerza, la salud, la formación, la fe, los valores para que pudieras hacerlo? Los méritos propios sólo valen en tanto en cuanto se vuelven gratitud. ¡Gracias a todas las personas que me han permitido servirlas!
En lugar de fijarme en los “méritos”, dame, Señor, que me fije cada día más en ti, y recibe mis pobres servicios como mi gozosa acción de gracias.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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