2 Mc 7, 1-2. 9-14; Sal 16, 1-15; 2 Tes 2, 16–3,5; Lc 20, 27-38.
“Tú, malvado, nos arrancas la vida presente, pero cuando hayamos muertos, el rey del universo nos resucitará para la vida eterna”
Jesús reafirma lo que dice la primera lectura del libro de los Macabeos sobre la vida eterna: “Ya no pueden morir… son hijos de Dios, porque participan de la resurrección”.
Nos duele e inquieta un mundo de dolor e injusticias, porque estamos hechos para una patria sin males. Nos sentimos desasosegaos en las tinajas del tiempo, porque estamos destinados a la gozosa eternidad. Los peces se sienten bien en el agua y las tortugas en su concha, ¿por qué nosotros somos los siempre inquietos, los siempre buscadores de verdades o de ideologías y justificaciones? ¿Por qué no te acomodas a esta casa temporal que es la que tienes a la vista?
Los saduceos eran los ricos y poderosos del tiempo de Jesús y de su país. Ellos sí se acomodaban. Es tendencia de las clases ricas negar la vida eterna. Es su opio y su justificación ante la miseria ajena. Nadie te podrá escuchar. ¿Ante quién protestaremos si no hay nadie más que sus comprados tribunales? Y, ¿ante quién daríamos gracias y saltaríamos de gozo? No hay nadie, nos dicen. Nadie, nada.
Cuando la mayoría de la gente camina en dirección equivocada, el que va en la correcta parece el único anormal. Pero los que escapan son los otros. Y, si vas con Jesús, no caminarás hacia la nada; sí hacia la vida.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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