¿Qué significó decir #YoSoyVicente en los primeros días después del «nacimiento» del carisma vicenciano? ¿Qué espiritualidad nació y aún pervive? Mientras nos preparamos a celebrar nuestro 400 aniversario como portadores de este don particular del Espíritu, tenemos que preguntarnos: «¿Qué hay en el corazón de nuestro carisma?»
La clave de esa espiritualidad se expresa escuetamente así en el Reglamento de Chátillon, como vimos arriba: «Darse a Dios para servirle en los pobres para gloria del buen Jesús», dato fundamental sin el cual toda dedicación a actividades benéficas, por noble que sea y digna de alabanza, no podrá calificarse como cristiana (aunque podría proceder del Espíritu de Cristo de una manera implícita). Supuesta esa entrega a Dios, la vida entera se convierte en un sacrificio espiritual ofrecido al Dios de Jesucristo, de manera que incluso la acción más humilde de servicio al pobre y menos apreciada por la opinión pública se convierte en acto espiritual, tal como lo vio y lo expresó con toda claridad Luisa de Marillac, como veremos más adelante.
Es evidente que no fue simplemente actividad social organizada, sino algo impregnado de la bondad de Jesús y de su Espíritu.
El trabajo por los pobres no es, decíamos, una mera actividad social, sino estrictamente una actividad evangelizadora, que se lleva a cabo a través de palabras y de acciones en el aspecto `espiritual’ y en el material. Las mujeres de la Cofradía continúan en su servicio a los enfermos pobres lo que comenzó Nuestro Señor Jesucristo, pues no de otra manera anunció el Señor su Buena Noticia a los pobres de Galilea durante su vida terrena. Hacer eso es servir a los pobres, ser sirvientes de los pobres. Aunque no se encuentra aún en el reglamento de Chátillon, Vicente extraerá la conclusión lógica de esa expresión años después para ofrecerla a todas las gentes que se dejaron inspirar por su visión: «los pobres son nuestros amos y señores». Se les sirve, por tanto, como a señores, con un servicio personalizado y cercano. Ni la Cofradía de Chátillon ni las posteriores fundaciones deberán ser jamás meras instituciones de beneficencia que reparten dinero y bienestar social desde burocracias apartadas de la vida de los pobres a los que sirven.
Cercanía. Hoy en día, podríamos llamarlo un tipo de amistad espiritual, en la que ambas personas —el servidor y el servido— son conocidos y valorados.
Pero no cualquier acción por los pobres puede calificarse sin más de vicenciana. Para que lo sea, la acción caritativo-evangelizadora debe hacerse en colaboración con otros creyentes en un grupo bien organizado, animado y unido por un verdadero afecto mutuo. Esto es fundamental para entender el verdadero espíritu vicenciano.
Un carisma que es profundamente relacional, colaborativo, organizado, y ahora «sistémico», ya que entra en su madurez. Eso es lo que nació en Châtillon. Cuando servimos de esta manera podemos decir #YoSoyVicente.
Si estos pensamientos te interesan, lee todo el artículo del padre paúl Jaime Corera, «Vicente de Paúl en Châtillon: el nacimiento de una nueva visión espiritual» en vicencianos.org.
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