Yo me imagino a Abraham tranquilo con su familia, su ganado, sus preocupaciones… y un día Dios le dice: “Mira, he pensado que dejes tu tierra, tus seguridades y todo lo que hasta ahora conoces y vayas para Canaán. No te preocupes que a cambio te bendeciré y a través de ti será bendecida toda la Tierra”. Y Abraham, sin pensarlo mucho, recoge sus bártulos y se pone en camino.
Aunque la promesa que Dios le hace era realmente tentadora, siempre me ha llamado mucho la atención la confianza plena de nuestro padre en la Fe en los planes de Dios. Pienso que dudas le surgirían, que los familiares que junto a él emprendieron el camino tendrían sus recelos y que más de uno pensaría que estaba un poco loco. Pero aun así, Abraham creyó y confió.
En mi historia personal, hace ya casi diez años, Dios también me animó a salir y así he recorrido las tierras de Bolivia y Mozambique. Todo un camino de aprendizaje y descubrimiento de las bendiciones de Dios a las naciones de la Tierra. Junto al pueblo macúa, en Mozambique, descubrí que Dios les bendijo con una gran espiritualidad de respeto por sus antepasados, con alegría y con mucha fortaleza. Junto al pueblo quechua, en Bolivia, descubro la bendición de la reciprocidad, del ofrecer lo que uno es y tiene, del agradecer lo que Dios nos regala a través de la Madre Tierra…
Mirando atrás, han sido años de salir de la propia cultura, de las propias seguridades y hasta de la propia fe, no para negarlas, sino para enriquecerlas. Aunque uno salga de su tierra literalmente para ir a otras, es necesaria una actitud constante de salir de uno mismo, que va más allá de un lugar físico y que exige un desinstalarse continuo para estar abierto a lo que los otros tienen para ofrecernos y enseñarnos.
“Salir de nuestra tierra”, intuyo que es una invitación para cada cristiano que debe resonar en nuestro interior hasta resultar casi incómoda. Y digo incómoda porque desinstalarnos, no es nada fácil, menos aún si lo hacemos para poner a los otros, a los más empobrecidos por delante de nuestra comodidad, nuestras certezas, hasta delante de nosotros mismos.
Dios sigue prometiendo, y aún más cumpliendo, aquella promesa de hacer benditas a todas las naciones de la Tierra si nos atrevemos “a salir”. Se me viene a la cabeza, por ejemplo, las parroquias, de aquí y allá, que atienden a tantas personas que necesitan de una mano amiga, pienso en aquellos que acogen a tantos forasteros, recuerdo a los que trabajan en tantas obras sociales y proyectos que mejoran la calidad de vida y dan una nueva esperanza a tantos niños, mujeres, enfermos, privados de libertad… En todo eso, y en todo el servicio callado que la Iglesia hace en tantos rincones del mundo a los favoritos de Dios, se sigue bendiciendo a todas las naciones y familias.
Pero se siguen necesitando más “Abrahanes”. Como dice una canción de Nico: “Este mundo viejo necesita un giro ya… Sal de tu tierra te dice el Señor, no mires al suelo, no huyas de mi voz, sal de tu tierra, de la mediocridad, afianza tu callado y ponte a caminar… somos un pueblo en marcha construyendo el mañana”
Autora: Angela Chicharro. Juventudes Marianas Vicencianas en Bolivia.
Fuente: Blog de Misiones – Ciudad Real.
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