El Papa Francisco quiso celebrar la misericordia de Dios con un año de Jubileo extraordinario. En la “Salve” llamamos a María “Madre de Misericordia”; la Iglesia la invoca con este título, porque en él hay un significado teológico profundo. De hecho, expresa la preparación especial de toda la persona de María a través de los eventos de Israel, de cada hombre y de toda la humanidad, a esa misericordia “de generación en generación se extiende a todos los que le temen”. Nosotros participamos de ella según el plan eterno de la Santísima Trinidad. (ver: Enc. Dives Misericordia 9.3).
La “misericordia” está en el centro de la revelación que Dios quiso hacer. La palabra “misericordia” es la unión de dos palabras: la “miseria” y el “corazón.” Porque con el término “corazón” indicamos la habilidad de amar, el centro del ser, “misericordia” pues tiene este significado básico: amor que mira a la miseria humana, tiene compasión, cuida de la humanidad para liberarla. La revelación atribuye la Misericordia al Señor; de hecho, afirma que Dios es “rico en la misericordia” [ver Ef 2.4]. Esto significa que, por la humanidad, por cada uno de nosotros, Dios siente compasión de nuestras miserias y quiere ayudarnos. El amor de Dios a la humanidad no es un amor cualquiera: es un amor misericordioso. Un amor que “siente” nuestra miseria como propia y se esfuerza por aliviarla.
María es la “Madre de la Misericordia” porque ella ha tenido la comprensión más profunda del corazón de Dios, desde que vivió una experiencia única e irrepetible. Ella es ‘la Madre de misericordia’, porque no hay nadie como ella que acogió en su mente y en su corazón al misterio de la misericordia de Dios hacia la miseria de cada persona.
La Encarnación de la Palabra es la primera manifestación del amor misericordioso de Dios que se realiza en el útero de María. Es de ella de donde la Palabra asumió la naturaleza humana. Era a ella, a través del ángel, a la que Dios reveló que Él había decidido ya reconstruir su reino: el reino dónde a los pobres y a los miserables les sería restituida a su dignidad. María vivió en ella el misterio de la muerte y resurrección de Cristo y experimentó totalmente la revelación de la misericordia del Padre. “Sufriendo profundamente con su unigénito” (Lumen Gentium 58, EV 1.452), María entendió hasta qué extremo se extendía la misericordia del Padre al entregar a Su Hijo.
En su dolor, esta madre ha comprendido la profundidad de la miseria humana a la que el Hijo de Dios había estado impulsado por su misericordia por el hombre. Ella ha experimentado en sí todo el significado inacabable de la misericordia divina porque al final de su vida en la tierra, gracias a la resurrección de su Hijo, ella no conoció la corrupción de la tumba. En su Asunción María comprendió en toda su profundidad lo que significaba la mirada que el Omnipotente había puesto en su miseria: ella fue preservada de todo el pecado y de la corrupción de la muerte.
María es ‘la Madre de misericordia’, porque tuvo una experiencia única de la misericordia de Dios, porque supo compartir, como ningún otro ser humano, nuestra miseria. Su intercesión nos obtiene la gracia que nos salva. Es una intercesión perseverante, “porque se basa en la sensibilidad de su corazón maternal, en su habilidad de alcanzar a todos los que aceptan su amor misericordioso”.
Madre de Dios misericordiosa, luz de mi alma en las tinieblas. Tú eres mi esperanza, mi apoyo, mi consuelo. Tú has generado la verdadera luz de la inmortalidad. La madre de Dios de la misericordia tenga misericordia de mí y ponga arrepentimiento en mi corazón, la humildad en mis pensamientos, la reflexión en mis razonamientos. (S. Simeón, siglo X)
Sr. Giulia Collavini, HC
Fuente: http://filles-de-la-charite.org/
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