En Jesús, se nos descubre la visión sin la cual los hombres perecemos desmoralizados.
Les cuesta incluso a los fieles mantener viva la fe y tener delante la visión del reino de Dios y de su justicia. Como en el caso del profeta Habacuc, lo que les impulsa a poner en cuestión la fe y la visión que la fe aporta es la aparente despreocupación de Dios o de Jesús. En medio de sus tribulaciones, claman al Señor, pero sus clamores parecen chocar contra el silencio divino.
Pero no es que renuncien su fe y su visión. Se rebelan, sí, contra la justicia de Dios y protestan contra su silencio ininteligible. Pero lo hacen desde la fe (véase Elie Wiesel, Todos los ríos van al mar). Así que descartan tales palabras burlonas como las de la esposa de Job: «¿Todavía persistes en tu honradez? Maldice a Dios y muérete» (véase también Tob 2, 14 y Papa Francisco).
Y Dios, sabiendo que de la fe nacen las quejas de los fieles, exige que sea más grande la fe de ellos y más íntegra su visión. Les asegura, pues: «La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará». Luego añade: «El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe».
Se les exige asimismo a los seguidores de Jesús que no tengamos el alma hinchada ni nos conformemos con una fe mediocre ni nos hagamos ilusiones con respecto a la visión de una humanidad renovada.
Los cristianos humildes debemos confesarnos gente de poca fe. Necesitamos pedirle a Jesús: «Auméntanos la fe». Probablemente, ya no se puede decir de nosotros que somos torpes para creer en el Mesías sufriente. Pero, ¿acaso no desmentimos esta fe, cambiando la visión cristiana por la visión mundana? ¿Entre quienes nos contamos? ¿Entre los que se merecen los «ayes» pronunciados por Jesús o entre los proclamados dichosos por él?
Hemos de tener además los sentimientos propios del que tomó la condición de esclavo. Por eso, después de cumplir con nuestras obligaciones, aún nos corresponde reconocer que somos unos siervos inútiles. Hacemos —por la gracia de Dios, añade san Vicente de Paúl (RCCM XII, 14)— solo lo que debemos hacer. Evitaremos, por consiguiente la vana complacencia y la demasiada inquietud (Ibid., 3 y 4).
Los realmente inquietos desde la fe, porque tarda en realizarse la visión, no solo la esperan. La apresuran también. Esperan el momento de la gracia, participando en los duros trabajos del Evangelio.
Señor Jesús, haz de nosotros hostia viva agradable a Dios. Permítenos trabajar contigo en la realización de tu visión de la humanidad perfecta que conforme a tu plena estatura.
2 de octubre de 2016
27º Domingo de T.O. (C)
Hab 1, 2-3; 2, 2-4; 2 Tim 1, 6-8. 13-14; Lc 17, 5-10
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