“Discutían quién de ellos era el más importante”
Job 1, 6-22; Sal 16, 1-7; Lc 9, 51-56.
Bueno, estos discípulos de Jesús contendían a las claras. Al menos eran transparentes. Hay otras maneras sutiles de hacerlo. Es rebajar a los demás para que tu foto quede encumbrada. Y su más afinado instrumento es la murmuración, Ésa que es sigilosa como un felino, cobarde como un ratón y venenosa como una víbora. Es amiga de la oscuridad como las cucarachas, y más insistente en buscar las orejas ajenas que un colibrí las flores. Brota de la envida o de la celotipia como los mosquitos del agua sucia y encharcada. Y anida con no escasa frecuencia en familias o grupos y asociaciones. Y –¡qué lástima!– hace perder energías que estaban destinadas a la alegría de vivir el evangelio.
Jesús le has dicho que el más importante es el que más sirve a los demás. Aquí pone a un niño a su lado y les recuerda que “El que acoge a este niño en mi nombre a mí me acoge”. El que acoge a los pequeños ése es el importante.
Me cuentan que cierto día los colores discutieron sobre quién era más importante: el azul quería el primer puesto que era el color del cielo, el verde hacía que los campos se vistieran sus mejores faldas, el rojo era el color del amor, el blanco era la pureza y la santidad… y así todos. Y terminaron peleándose. Entonces Dios intervino: ordenó al rayo y mandó a la nube romperse en lluvia. Todos los colores se asustaron y, empapados y con frío, terminaron por unirse. Entonces nació el arco iris. Y nació la comunidad alegre de serlo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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