“Y un mendigo, llamado Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de llagas…”
Am 6, 1. 4-7; Sal 145, 7-10; 1 Tm 6, 11-16; Lc 16, 19-31.
Jesús nos dice en la parábola de hoy que Dios no es indiferente o insensible a la suerte del pobre. El indiferente ante el pobre Lázaro es este rico que tiene todo, pero es tan mísero que hasta carece de nombre. A su vida, entre púrpuras y banquetes, se le cerraron las persianas. Ni ve ni mira más allá de sí mismo. Hasta los perros son más atentos que él. Y más que estos nuevos presupuestos y sus beneficiariosdesiempre. Para no enterarse, no miran. Pero el Dios misericordioso es también justo. Se murió el pobre y los ángeles se lo llevaron. Se murió el rico y lo enterraron. (Seguramente que con muchas flores y en una tumba de mármoles).
“En medio de los tormentos” el rico pide a Abrahán que envíe a Lázaro a sus cinco hermanos para advertirles de la suerte que les espera. Pero Abrahán le replica “no harán caso niaunque un muerto resucite”. Y así es, Jesús resucitó, pero tampoco le prestan atención estos ricos de las persianas cerradas.
¿O somos también tú y yo los que sólo se fijan en sí mismos y no se enteran de las heridas y hambres ajenas?
“El Señor derribó a los poderosos del trono y enalteció a los humildes”, (Lc 1, 52), cantaba la Virgen María en casa de su prima Isabel. Y nosotros lo cantamos con ella. Pero, para que el canto sea en nosotros sincero, hemos de poner manos a la obra e ir haciéndolo realidad desde ahora, pues lo que hacemos con uno de estos Lázaros, con Jesucristo lo hacemos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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