Qo 11, 9-12; Sal 89, 3-17; Lc 9, 43-45.
“Metan bien esto en su cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres”
Cuando todos los cercanos lo admiraban, Jesús les dice a los suyos: Fíjense bien, entiendan, metan esto en su cabeza. ¿Qué es lo que hemos de asentar con claridad en nuestra mente y en nuestro corazón? Que Jesús no vino a entretenernos, a darnos hermosas teorías, a hacer milagros llamativos, a pasarnos la mano por el hombro como un político que nos vende un humanismo de bisutería. Vino desde la gozosa casa del Padre para salvarnos de nuestros abismos y de ese misterio de iniquidad que nos asedia. Y tomó tan en serio esa voluntad salvífica que no se echó para atrás cuando todo se le ponía en contra.
No necesitaba “adivinar” el futuro próximo. Hasta un bizco de urbe puede adelantarnos la lluvia torrencial cuando ve las nubes tan ventrudas, negras y próximas. Y Jesús veía esas claras señales de su próxima pasión. Y la asumió desde antes de que sucediera. El inocente, al que nadie puede acusar de pecado (Jn 8, 46), “será entregado en manos de los hombres”. En manos de los hombres que lo crucificarán y en manos de los hombres y mujeres que habrán de testimoniarlo. También ha sido entregado en tus manos, ¿qué haces, qué hacemos de él?
El inocente, el Salvador, el humilde se puso en nuestras manos, y sigue en tus manos. ¿Cómo lo acogemos, lo vivimos y cómo lo damos?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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