“¿Quién dicen ustedes que soy yo?”
Qo 3, 1-11; Sal 143, 1-4; Lc 9, 18-22.
Como si todas las campanas del mundo tocaran al mismo tiempo y fueran repitiendo la frase de Jesús: ¿Quién soy yo para ti? Así esta pregunta pasa de vida en vida y de siglo en siglo, por los corazones sencillos y por los soberbios, por los deseosos de escucharla y por los que la taponan con excusas, despistes o vicios miedosos de corregirse.
¿Quién soy Yo para ti? Es decir, ¿quién eres?
¡Qué pena! Para responder, no sirven los discursos. Los sabios no tienen ventajas, tampoco los jueces, ni los obispos, ni los políticos o los malabaristas. Menos aún los corruptos y su equipo de abogados. Sólo la vida, mi pobre vida, tu presente vida y sus actitudes y obras. Sólo tiene ventajas quien se sabe necesitado de él, lo busca y lo va acogiendo como la mejor Noticia. Quienes, como el padre del hijo enfermo, exclaman conmovidos: “Creo, Señor, pero dame tú la fe que me falta” (Mc 9, 24). Esa fe que se hace confianza, seguimiento, plegaria humilde, y una alegría que antes desconocíamos y que se vuelve servicio y testimonio.
Todas las preguntas cristianas están en esta pregunta de Jesús: ¿Quién soy para ti? ¿Quién soy para ustedes?
¿Una figura de museo o el crucificado Resucitado, tu vida, tu centro, tu motivo, tu amor, tu camino y tu patria de hoy y de mañana?
Dame, Señor, dame tú la actuante fe que me falta.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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