Qo(helet) 1, 2-11; Sal 89, 3-17; Lc 9, 7-9.
“Y tenía ganas de ver a Jesús”
Herodes, además de supersticioso, está intrigado.
¿Quién es este Jesús del que oigo tales cosas? “Y quería verlo”. Sentía atracción y simpatía hacia él, por lo menos como el turista siente ganas de ver un nuevo país. Era un buen sentimiento y la posibilidad para un encuentro. Seguramente que no pocos contemporáneos nuestros sienten algo parecido hacia Jesús. Y Dios se puede valer de estas mínimas semillas, si no las dejamos a su aire. Pero Herodes no colaboró, no puso los medios.
Según el evangelio de san Lucas (23, 6-12), después del prendimiento de Jesús, Pilato se lo envió a Herodes, y éste “se alegró mucho, pues esperaba que Jesús hiciera algún milagro en su presencia”. Pero no supo ver, se creyó que tenía ante sí un mago barato capaz de proporcionarle algún espectáculo para su entretenimiento. Es quizás, una de las escenas más tristes del evangelio: el juez Herodes, queda juzgado como ciego y ridículo. Le hace preguntas a Jesús, pero éste no responde a ninguna. No estaba allí para resolverle acertijos.
La ceguera culpable, cuñada de la sordera voluntaria, no tienen fácil arreglo. Si busco en Jesús lo que de antemano me supongo que es, me quedaré con la vestidura de humanidad que yo le pongo. El moralista, se queda con un excelso moralista, el agnóstico humanista sólo hallará un humanista, el viejo ilustrado de las luces encontrará un maestro original, el tradicional revolucionario sólo verá en Jesús lo que ayude a su ideología… Son diversas y parecidas maneras de no ver ni escuchar al mismo Jesús, y acogerlo como es, no como de antemano lo suponemos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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