“Los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra”

Prov 21, 1-6. 10-13; Sal 118,1-14; Lc 8, 19-21.

El código genético cristiano no se hereda, como los ojos azules o de color de avellana. Ni por ser hijo de santa Mónica ni por descender de unos padres llenos de amor como un buen manzano de manzanas. Nacemos en el seno de la Iglesia por el bautismo, y ahí se nos regala el código genético de Jesucristo. Luego, unos los cuidan y desarrollan; y a otros se les desdibuja.

La pasada Pascua del 2016, Émile Kufel, a sus 23 años, recibió el bautismo en una parroquia de Bruselas. Venía de una familia marcada por el paganismo poscristiano. Matemáticas, arquitectura, historia… y mucha sed de sentido lo llevaron a Cristo, y le dijo Sí.

En 2013 llegó el gran movimiento de las Manif pour Tous en Francia, en defensa de la familia, del derecho de los niños a tener un papá y una mamá, a que el matrimonio se mantuviese como una unión muy concreta: entre hombre y mujer, lo masculino con lo femenino. Cientos de miles de franceses salieron a las calles en manifestaciones masivas cinco veces. Otros muchos participaban en actos más pequeños: los “centinelas de pie”, las veladas de los jóvenes… “Esta gente me tocó profundamente… Para mí fue un despertar espiritual. ¿Por qué eran en su gran mayoría los católicos los que tenían el coraje de recordar que la familia es sagrada?”…

La Virgen María escuchó la palabra y le dijo Sí. “Estos son mi madre y mis hermanos: los que escuchan la palabra y la ponen por obra”.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.