“Nadie enciende una lámpara y lo tapa con una vasija”

Prov 3, 27-34; Sal 14, 2-5; Lc 8, 19-21.

Más vale encender un fósforo que maldecir las tinieblas, dice el refrán. Y, ante el complejo de no pocos, que esconden su fe, es buena ocasión para proclamarla agradecidos. Y poner además los medios para no dejaros contagiar de esa especie de fe adolescente que tiene miedo de mostrarse ante la tribu y su bullying escolar. Somos hermanos y herederos de grandes testigos, que todo lo dieron por no perder ni esconder su fe.

Recuerdo hoy a los perseguidos campesinos que no se creyeron los dogmas de la Revolución burguesa de Francia. Ellos experimentaron en su carne el esplendor de “las luces” ilustradas. El general François~Joseph Westermann describe muy bien, en su carta del 23 de diciembre de 1793, dirigida a los jefes máximos de la Revolución francesa, cómo terminaba con los católicos insumisos de la región de La Vendée. “La Vendée ya no existe, ciudadanos republicanos, ella ha muerto bajo nuestro sable libre, con sus mujeres y sus hijos.

Acabo de enterrarla en los pantanos y en los bosques de Savenay. Siguiendo las órdenes que me habíais dado, he aplastado a los niños bajo las patas de los caballos, y masacrado a las mujeres que al menos ya no parirán. No tengo un prisionero que reprocharme, lo he exterminado. Se fusila sin cesar. Nosotros no hacemos prisioneros: la piedad no es revolucionaria”.

Lo que había comenzado mucho tiempo antes como suave ridiculización de la fe, terminó mostrando sus verdaderas y “tolerantes” entrañas. Quienes entonces tenían una fe de barniz social, las escondieron y terminaron después perdiéndola.

Danos, Señor, fortaleza ante lo poco para que nos entrenemos contigo para lo mucho, y no perdamos la perla preciosa por nada.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.