“Junto a la cruz de Jesús estaba su madre…”.
Hbr 5, 7-9; Sal 30, 2-20; Jn 19, 25-27.
María estuvo en la hora primera dándolo a luz para todos. Participó de una manera activa en la apertura de la vida pública de Jesús, e hizo que aquella cansina boda de Caná se llenara de fiesta con el vino nuevo (Jn 2). También está ahora, en el momento final de su vida pública, como estará, después, en la hora primera de la Iglesia (Hch 1, 14).
Me conmuevo ante esta escena del evangelio, pues quiero comprender y amar, al pie de la cruz, a Jesús crucificado y a María que “estaba junto a la cruz”. Y con ellos, y en ellos, quiero amar a los perseguidos y crucificados de la tierra. Y darle las gracias a Jesús, pues cuando ya se nos había dado del todo, aún tiene el detalle de darme a su madre como madre también mía, pues se la dio al discípulo que representa a todos los discípulos.
No entiendo como los hijos de las Sectas pueden menospreciar a María y su fidelidad hasta la cruz, pues es una forma de despreciar a Jesús que nos la dio como madre y una manera de ningunear las Escrituras. También por ellos le digo a la Virgen María: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”.
¡Ay, Señor Jesús, en cuantas pruebas y desconsuelos aquella a la que amabas como un hijo único! ¿Por qué me quejaré yo de las pequeñas dificultades que me salen al encuentro? Al lado de las de ella, ¿qué peso tienen?
Señora nuestra de los Dolores, ayúdanos a encontrar, en nuestras dificultades, la perla preciosa de una fidelidad como la tuya.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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