Num 21, 4-9; Sal 77, 1-38; Jn 3, 13-17.

El pasado 3 de mayo se celebraba en México la fiesta de la Santa Cruz, que se tiene hoy en los demás países. Aquel día tuve la suerte de celebrarla con un grupo de albañiles y sus arquitectos, y en el lugar de su trabajo. Entre lecturas y cantos, recordamos lo que dice san Pablo: “no quiero sentirme orgulloso de nada, sino de la cruz de Cristo Jesús, nuestro Señor” (Gál 6, 13).

Los seguidores de un equipo lucen gozosos sus camisetas, los países tienen sus banderas. Son símbolos comunitarios. Nosotros, como cristianos, nos gloriamos de la cruz de Jesús y nos signamos con ella. .Es nuestro símbolo comunitario. El Apocalipsis habla de “los siervos de Dios marcados en la frente” (Apc 7, 3-4). La señal de la cruz es signo y resumen de nuestra fe trinitaria. Al hacer la “señal de la cruz”, invocamos al Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que Jesús nos reveló.

Somos seguidores del Crucificado que Resucitó, seguidores del que está vivo y es la vida. Si Jesús no hubiera resucitado, la cruz con sería sólo signo de la cruz que le pusieron, pero no de la que él aceptó y cuyo sentido transformó. Pero Jesús resucitó y por eso, llenos de gratitud, nos marcamos con su señal, que es el signo de su victoria sobre el mal y la muerte, y que es el signo de nuestra liberación. Es una forma de decirle:

¡Gracias, Jesucristo! Y es una forma de decirle: ¡Llevamos tu señal porque queremos ser tus seguidores!

Signarse con la cruz de Jesús es también un manifiesto. No somos seguidores de algún crucificador, sino del Crucificado. Manifestamos, al signarnos con la cruz, que no somos neutrales, que queremos estar del lado del Dios de la vida. Y, como Jesús tomó su cruz para quitarnos las nuestras y hacérnoslas llevaderas y llenas de sentido, así nos proponemos quitar y aliviar las cruces de nuestros hermanos, especialmente de los más necesitados.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.