1 Cor 10, 14-22; Sal 115, 12-18; Lc 6, 43-49.
Una mañana, ya avanzada la primavera, el bosque se llenó de egos y discusiones. Dijo el álamo: Yo soy joven, esbelto y hermoso. Y Jesús le dijo: los árboles se conocen por su fruto. Dijo la enredadera: Yo soy hábil, cariñosa y trepo a costa de los demás. Jesús le dijo: los árboles buenos dan buenos frutos, ¿cuáles son los tuyos? Dijo, después, el castaño que no había sido injertado: Yo soy fuerte y mi copa se cimbrea casi entre las nubes. Y Jesús le dijo: no hay árbol bueno que dé frutos malos.
Por la tarde, Jesús se fue a ver a unos que construían sus casas. Y mientras contemplaba la edificante escena, hubo un terremoto y lluvias desatadas. Y unas casas se cayeron y otras permanecieron en pie. Y dijo Jesús: así sucede en la vida: el que la construye sobre arena, se le derrumba; el que la construye sobre roca, permanece en pie. Y añadió: “El que escucha mis palabras y las pone por obra es como el sabio que construyó su casa sobre roca…”. La californiana Patricia Sandoval la había construido sobre ideología feminista, aborto, drogas, hasta que se perdió por las calles. “Mi mamá iba al Santísimo, a misa, y gracias a ella yo pude sanar, y con la fe y con la ayuda de Dios, salí de las drogas y salí de todo”, –nos dice hoy– “Nunca es tarde para volver a empezar. Es posible, con la ayuda de Dios, transformar tu vida después de una desgracia”.
Aquí, a tu lado, Jesús te sigue ofreciendo una forma nueva de construir tu vida. Aún podemos levantarla sobre la roca más firme: sobre su persona.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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