“¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?”
1 Cor 9, 16-19. 22-27; Sal 83, 3-12; Lc 6, 43-49. 9
El 22 de agosto de 1997 la catedral Notre Dame de París estaba abarrota de fieles. La alegría de la Jornada Mundial de los Jóvenes era su clima. Y ese día, Juan Pablo II celebró, con todos, la beatificación de Federico Ozanam. Hoy es su fiesta.
Tuvo una vida corta e intensa. Falleció a sus cincuenta años, en 1853. El protestante Guizot, su contemporáneo, resumiría: “Ozanam fue el modelo del hombre de letras cristiano, ardiente amigo de la ciencia y firme campeón de la fe”. Y Lacordaire escribía a su muerte: “El pobre lo vio cerca de su lecho, la tribuna literaria frente a toda una generación, y la prensa… tuvo en su persona un honrado y religioso artesano. No ha dejado heridas en nadie”… Fue Profesor de Derecho Comercial, en Lyon, y popular profesor de Literatura Extranjera en la Universidad de la Sorbona. A sus 20 años fundó, con otros jóvenes, las Conferencias de San Vicente de Paúl. Pretendía dos cosas básicas: Abrigar y fortalecer la fe católica de los jóvenes socios y experimentarla y practicarla especialmente en el servicio de los pobres.
Muchos fueron los seguidores de san Vicente de Paúl en el siglo XIX, pero acaso ninguno tan completo, en obras y pensamiento, como él. Robert d Harcourt dirá: “Es su título imperecedero haberse adelantado a su tiempo planteando la primacía del problema social sobre todos los otros problemas”. Era el joven que veía y ayuda a ver a los demás. Y así lo sigue haciendo, especialmente a través de sus muchas y hermosas cartas a otros jóvenes.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
0 comentarios