“Bienaventurados los pobres, porque suyo es el Reino de Dios”
1 Cor 7, 25-31; Sal 44, 11-17; Lc 6, 12-19.
¿Está Jesús en contra de los bienes terrenos o de que dispongas de ellos? Él sabía que son creación de Dios, “y vio Dios que eran buenos” (Gen 1), y nunca alabó a los flojos. Nada tenía contra los alimentos, y comía con los pecadores y con aquellos que le invitaban.
¿Tendría Jesús algo en contra la alegría? Él “se estremeció de alegría” (Lc 10, 32), y regala el vino nuevo de la alegría (Jn 2) y contemplaba con gozo hasta la breve hermosura de los lirios del campo. Tampoco justificó a los perseguidores ni aprobó sus fanáticos razonamientos. ¿Por qué, entonces, las cuatro bienaventuranzas y las contrapuestas cuatro malaventuranzas del evangelio de hoy?
Bienaventurados los pobres, los que ahora tienen hambre, los que ahora lloran, los hoy perseguidos por causa del Hijo del Hombre. Pero, malaventurados, infelices los ricos, los ahora saciados, los que hoy ríen y los alabados por el mundo.
¿Malaventurados por qué? Por las riquezas mal habidas, mal usadas o no compartidas con los pobres; por la hartura lograda a costa del hambre de los hambrientos, por sus risas a costa de las lágrimas ajenas, por la persecución y dolor impuestos sobre los hombros de los sencillos discípulos.
En cambio, bienaventurados los pobres porque son especialmente amados por Dios y porque él los destinó al Reino; porque no se apoyan en sus bienes o en su fuerza, sino en el providencial amor de su Dios, confían. Bienaventurados porque Jesús está de su parte y nada ni nadie los arrancará de esta predilección; y porque ya nadie puede justificar la explotación. Ellos son los vicarios de Jesucristo y los jueces de nuestros sistemas… Y Dios ama especialmente a quienes aman y sirven a los pobres. ¡Dichosos también ellos!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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