1 Cor 6, 1-11; Sal 149, 1-9; Lc 6, 12-16.
“Y se pasó la noche en oración, y cuando se hizo de día escogió a Doce y los nombró apóstoles”
Perdona, Señor, mi desconcierto. Toda la noche en diálogo con el Padre para escoger a ¡estos Doce! El primero, Simón Pedro, llegó a negarte; otro –Judas– te vendió por unos centavos, y los demás se especializaron en no comprenderte y en abandonarte en tus días más difíciles. ¿No había nada mejor para escoger? El mundo parece más sabio; busca, para sus empresas, hombres fuertes, personas confiables y prestigiosas. Y tú, Señor, ¿a estos simples, débiles e ignorantes seguidores?
Y, sin embargo, Señor, qué agradecido me siento por esto que hiciste tras una noche de oración. ¡Gracias! Por esa misma “sinrazón” me pudiste escoger a mí para que fuera tu seguidor. No porque fuera fuerte, confiable, sabio, intachable; no porque lo mereciera, sino porque lo necesitaba, y así me amas. No nos llamas porque seamos buenos, sino para que, caminando en tu compañía, nos vayamos pareciendo a ti.
Cuando, después de tu pasión, tus apóstoles descubrieron qué débiles eran, comenzaron a ser fuertes, pues ya no buscaron apoyarse en sí mismos o en su valentía, sino en ti. Y, contagiados de tu Resurrección, se convirtieron en bravos discípulos tuyos, hasta dar su vida por tu persona y tu causa.
Danos, amigo y Señor nuestro, algo de esa fortaleza que nace de confiar en ti.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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