¿Antes qué? ¿o después de… cuándo?
Sab 9, 13-18; Sal 89, 3-17; Flm 9-10. 12-17; Lc 14, 25-33.
“¿Quién conoce tu designio, si Tú no le das sabiduría?”, nos asegura la primera lectura de hoy. La razón (que razona) es anterior a sus razonamientos, y yo no me la di a mí mismo. ¿Y no ha de buscar los propósitos de Aquel que me la ha regalado?
“Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo… te lo envío como algo de mis entrañas… Si yo lo quiero tanto, cuanto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo”, le dice san Pablo a Filemón. La ley esclaviza, el amor libera. La ley es hija de estos sistemas provisionales, el amor es de hoy y para siempre, no cabe en las tinajas de este tiempo tan tacaño. ¡Filemón, ama!
“Mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: Si alguno vine conmigo y no me prefiere a mí antes que a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos… e incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo”. Antes que todos los afectos, todos los bienes, todas las honras, antes que a mí mismo, ¿tanto, Señor?
Ya sé, Señor que, si en mí no tienes el primer lugar, todos los lugares se achican y se anochecen. Contigo, todos salimos ganando; sin ti, las ganancias son derrotas y las victorias, descalabros. Lo sé, pero házmelo ver de tal manera que mi corazón no se olvide, como el pobre riachuelo no se olvida de correr hacia el mar que lo espera. Y, por el camino, va floreciendo los campos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
0 comentarios