“Echen las redes para pescar”
1 Cor 3, 18-23; Sal 23, 1-6; Lc 5, 1-11.
Lo habían intentado una y otra vez mientras era de noche, y nada habían logrado. Red vacía, fatiga inútil, como quien no sabe amar y su vida le parece un despropósito. Acaso terminaron, además de frustrados, culpabilizándose unos a otros. Suele suceder.
Ahora, “por tu palabra” –le dice Pedro a Jesús, echaré las redes”. Y, entonces sí, la gozosa red se llenó hasta colmar las dos barcas. Ante esto, Pedro se quedó como un niño: con rostro de asombro y el corazón lleno de preguntas. Y algo más sacudió por los abismos de su conciencia: ¿Quién este Jesús que con su palabra hace estas maravillas? No soy digno de estar a su lado. “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Y, Jesús, como respuesta le encomienda la gran misión de su vida: “Desde ahora serás pescador de hombres”.
No se fija en mis miserias sin él, sino en mis posibilidades con él. Tú eres mi seguidora, mi seguidor, pero aún no sabes de qué eres capaz. Lo experimentarás cuando te fíes de mi palabra. “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor” (Sal 33).
“Rema –con él– mar adentro”, y no tendrás que entonar con tristeza: “Pobre barquilla mía,/ entre peñascos rota,/ sin velas desvelada,/ y entre las olas sola”… El Señor va contigo y tú vas con él.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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