¡Ayes sorpresivos!
2 Ts 1,1-5. 11-12; Sal 96,1-5; Mt 23, 13-22.
¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes cierran a la gente el Reino de los Cielos. No entran ustedes, ni dejan entrar a los que querrían hacerlo. Señor, crea en mí un corazón puro, dice el salmo 50, y Santo Tomás de Aquino dice que entre todos los pecados, el peor es el de la soberbia. Porque los otros alejan de Dios, pero éste lo rechaza.
Este ¡ay! que Jesús nos presenta puede ser muy peligroso si logramos descubrir que en nuestra vida hay muchos ayes. El más peligroso, creo yo, es aquel ay silencioso que me pone una venda en los ojos para ignorar y pasar de largo ante la necesidad del que sufre, del que necesita ser escuchado, del que me busca para solicitarme un poco de ternura; es tan silencioso ese ay que se acomoda en nuestra vida empobreciéndola y rebajando la calidad evangélica en ella.
Cuidemos de no ser más hipócritas que los maestros de la ley, que nuestros ayes silenciosos. Que se conviertan en ayes sorpresivos, ¡Ay, qué gusto verte! ¡Ay, cuéntamelo todo! ¡Ay, aquí estoy para escucharte! ¡Ay, me alegro contigo, felicidades! Señor, que mi testimonio abra ayes de santidad a mis hermanos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: Yolanda Elvira Guzmán, H.C.
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