Jer 38: 4-6.10; Sam 40: 2-4.18; Heb 12:1-4 Lc 12: 49-53.
¡Ésas sí que son guerras!
Paz y guerra, dos palabras completamente antagónicas. Jesús es la paz, acogerlo es acoger la paz. Pero es esa paz que nace no de exterminar a los enemigos, sino de estar dispuestos a morir por ellos perdonándolos. Así lo hizo él. Por eso nos dice: “¿Creen que estoy aquí para poner paz en la tierra? No, se lo aseguro, sino división”. Es la división que proviene de rechazarlo a él y todo lo que él significa. Es la historia de su pasión y del rechazo por parte de los poderosos que lo llevaron a la cruz. “Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a ustedes” (Jn 15, 20).
Lo cierto es que los simples mortales como nosotros usamos antagonismos para todo, porque estamos divididos por dentro… te odio y te amo, se es bueno y malo al mismo tiempo, débil y fuerte, llora de todo, ríe de nada, todo conjugado en una sola persona. Es la terrible desgracia de la no aceptación de uno mismo.
Y Jesús nos trae esta guerra contra nuestro egoísmo y contra el mal que nos habita. Ésta que provoca nuestras resistencias a dejarnos amar por todo un Dios, ésta contra nuestras justificaciones para no amar y aceptar a nuestro prójimo, la guerra de amarnos a nosotros mismos tal como Jesús nos ama, dando paso al perdón en nuestras vidas. ¡Ésas sí que son guerras! ¿No será momento de acoger la guerra de Jesús que trae paz a nuestro corazón?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: Yolanda Elvira Guzmán, H.C.
0 comentarios