Jr 30, 1-2.12-15.18-22; Sal 102,16-21; Mt 14, 22-36.
¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!
¡Pedro comienza a hundirse! ¿Qué fue lo que pasó si ya estaba hecho el milagro? El viento era contrario, era de madrugada. Los seguidores de Jesús, sus amigos, sus cuates, cuando lo vieron, se asustaron y gritaron llenos de miedo.
Hemos escuchado este evangelio tantas veces que hoy podría no causarnos demasiada impresión. La fuerza de la rutina es la más peligrosa. Nos puede pasar, aunque recemos todos los días, o vayamos a misa y comulguemos.
Y de repente aparece Jesús caminando sobre las aguas… aparece en las aguas de los problemas, de la enfermedad, en los obstáculos del día a día.
Todo esto nos puede echar abajo, como a Pedro, que temió, y comenzando a hundirse, gritó: ¡Señor sálvame! Y lo peor, podríamos descubrir que hemos dejado de mirar a Jesús a los ojos y empezamos a mirarnos a nosotros mismos o a las olas de los problemas. Él no ha dejado de mirarnos y vuelve a decirnos: ¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!
¿Has tenido la tentación de dudar de Jesús, de mirar lo extraordinario y prodigioso de sus obras y, aun así, desconfiar de su palabra?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: Yolanda Elvira Guzmán, H.C.
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