“…la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces”.
Jer 18, 1-6; Sal 145, 1-6; Mt 13, 47-53.
El Reino también se parece a esa red. “Cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y a los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final de los tiempos”. Y una vez avisados, ¿cómo refugiarnos en la ignorancia?
Jesús no nos amenaza. Como nos quiere tanto, nos previene. Y para eso se encarnó y dio su vida, para que no nos suceda como a los malos pescados. Él ansía nuestra salvación más de lo que nosotros ladeseamos. Y hace más porellaque loque nosotros hacemos. No quiere miedo, sólo servicial amor.
Sólo hay un miedo saludable, el de no responder al amor de Dios. Como lo decía un personaje de Dostoievski, condenado a trabajos forzados, pero cambiado: “¡Qué importa que tenga que manejar el pico aquí abajo, en la mina de Siberia, durante veinte años! Esto ya no me aterra. Tengo otro amor, que es ahora mi temor único, mi gran temor: temo que el hombre que ha resucitado en mí me abandone”.
Ayúdanos, Señor, a no engañarnos con las vías anchas, pues tú nos hablaste de la estrecha. Como esa puerta de la Basílica de Belén por donde sólo pueden entrar los niños o los que se abajan como si fueran niños. Y, ¡tennos misericordia!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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