Jer 2, 1-3. 7-8. 12-13; Sal35, 6-11; Mt 13, 10-17.
“¿Por qué les hablas en parábolas?”
Así se lo preguntan a Jesús sus discípulos en el evangelio de hoy. En el texto, aparecen contrapuestos los discípulos –“ustedes”– “a quienes se les ha concedido conocer los secretos del reino”, y los otros “que miran y no ven y escuchan sin oír”. Cuando Mateo escribe, ya la comunidad judía en general se había cerrado a la aceptación de Jesús.
El lenguaje normal es unidimensional y convierte al sujeto en un objeto. Así deja de ser sujeto, lleno de iniciativas, para quedar momificado en conceptos, mezquinos, aunque nuestros. Las parábolas, en cambio, son abiertas, pluridimensionales, democráticas; son una ventana a la que cualquiera puede asomarse. Desde ella podemos contemplar al sujeto (Dios y su Reino) pero sin poder encarcelarlo y dejándole la iniciativa. Por eso el verdadero lenguaje religioso es simbólico.
El mismo Jesús es realidad personal y, a la vez, símbolo: “El que me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9). Y él se expresó continuamente con símbolos; símbolos hablados (parábolas) o realizados (curaciones, lavatorio de los pies, Cena, etc.). Realidades que apuntan a otras realidades mayores y las significan y anuncian.
Puedes darte a la tarea de leerte todas las parábolas de Jesús. Tendrás una nueva experiencia sobre él, sobre su autoconciencia, su sencillez y su maestría, también literaria. Y además, no te aburrirás.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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