Jer 1, 1. 4-10; Sal 70, 1-17; Mt 13, 1-9.
“Acudió tanta gente… tuvo que subirse a una barca”
En el evangelio de hoy podemos escuchar las olas del lago de Genesaret y contemplar su nevado concilio de espumas. Jesús ha venido y la gente, al enterarse, acudió presurosa. Y era tal la multitud que Jesús hubo de subirse a una barca, y la gente se quedó de pie a la orilla, bebiéndose sus palabras: “Salió el sembrador a sembrar…”.
¿Estás en la fotografía? Es decir, ¿formamos –tú y yo– parte de la gente que acude a escuchar a Jesús? ¿Nos apasiona su palabra? ¿Buscamos tiempo para leer personalmente y meditar los evangelios? Ah, Señor Jesús, qué descuidados somos la mayoría de los católicos para conocer tu palabra. Los lunes tenemos excusa, los martes no tenemos tiempo, los miércoles se nos hizo tarde, los jueves vino una visita, los viernes ya sabe usted cómo estaba el tráfico, los sábados… el sábado Dios descansó, y los domingos, ya tuvimos bastante con asomarmos a la misa. Anda el Papa Francisco diciéndonos que llevemos los evangelios con nosotros, que los leamos… Y ya el Concilio Vaticano II nos decía: “Entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, pues son el testimonio principal de la vida y la doctrina del Verbo encarnado, nuestro Salvador”. Por suerte, ¡aún estamos a tiempo!
“Salió el sembrador a sembrar”, pero si la tierra que soy no recibe la semilla, ¿cómo podrá ésta dar frutos?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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