Miq 7, 14-20; Sal 84, 2-8; Mt 12, 46-50.
Mi hermano, mi hermana y mi madre son los que cumplen la voluntad de Dios.
Llamarse cristianos es cosa de palabras; serlo, es cuestión de vida. Y, ¡cuánto nos cuesta decidirnos! Jesús quiere –sin descuidar la familia natural– crear una nueva familia, unida por el común empeño de vivir la voluntad de Dios. Por eso, hay familias que lo son por dobles raíces, además del amor natural, tienen en común el amor a Jesucristo y a los la que él ama especialmente. Miran al Señor Jesús y con él, miran a quienes él mira, y se hacen servicio. Cumplen la voluntad de Dios..
Cuando le dicen a Jesús que su familia está fuera y quiere hablarle, él extiende la mano y señala a sus seguidores: “Estos son mi madre y mis hermanos”. Así pues, si quieres ser hermano o hermana de Jesús, si quieres ser de su familia, hay una forma de lograrlo: ponerse en el seguimiento para buscar día a día la amorosa voluntad de Dios y vivirla.
Rabí Lejiel se crió en la casa de su abuelo Baruj. Un día jugaba a las escondidas con otro niño. Se escondió muy bien y espero. Después de largo rato, salió de su escondite, pero no vio a su compañero. Comprendió que éste no lo había buscado. Y, llorando, corrió hacia su abuelo y se quejó de su desleal amigo. En ese momento, también los ojos de su abuelo Baruj se llenaron de lágrimas, y se le oyó que musitaba “Así lo dice Dios: Nadie viene a buscarme”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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