Miq 6, 1-4. 6-8; Sal 49, 5-23; Mt 12, 38-42.
Jonás, la Reina del Sur y los ninivitas.
Escribas y fariseos le dijeron a Jesús: “Queremos ver un signo tuyo”; ante el luminoso mediodía, le pidieron al sol una señal para saber si alumbraba… ¡Ciegos!
Jonás, la Reina del Sur y tres representantes de los Ninivitas se sentaron en el tribunal. Tú y yo y otros más estábamos en la fila. Nos tocaba ese día ver nuestro caso ante estos célebres jueces. Y comenzó el juicio.
Habló primero Jonás. Soy –dijo– un pobre profeta que no quería llevar la Noticia de Dios, pero me arrepentí y la llevé a los extranjeros y pecadores de Nínive. Y ellos se arrepintieron. Y tú, ¿no has tenido tiempo para escuchar al Hijo de Dios, y cambiar? Yo era una mínima señal de Dios, pero Jesús es su Hijo, ¿qué excusas puedes alegar para tu defensa?
Habló después la Reina del Sur. Yo –dijo– viajé desde muy lejanas tierras para escuchar la sabiduría del rey Salomón. Tú tienes, a tu lado, los santos evangelios, la sabiduría del Hijo del Hombre; tienes los sacramentos, la Iglesia, la comunidad. ¿Qué excusas puedes alegar en tu defensa?
Hablaron, finalmente, los tres ninivitas. Éramos –dijeron– pecadores obtusos y ciegos. Nos justificábamos con una especie de “New Edge” gelatinosa, permisiva, y con diversos ídolos. Pero escuchamos la palabra de Jonás y nos convertimos. Y ustedes, ¿qué excusas pueden alegar, si no se convierten ante la vida, la palabra, la muerte y la Resurrección de Jesús? ¿Qué más amor necesitan? ¿Cómo no ven el sol que los calienta?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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